El pequeño Alex estaba sentado en una esquina del bote que nos transportaba hacia la Isla Iguana en Pedasí; callado, veía nuestra cara de susto al sentir los saltos que daba la lancha, producto del mar picado.
¿No te da miedo?, le preguntó mi hermana, y él con una sonrisa respondió que no. El niño dijo tener doce años, era muy avispado, pero educado y sobre todo, muy diligente. Estaba pendiente de todo, de que nos pusiéramos los chalecos salvavidas, y una vez llegamos al lugar, de bajar nuestras pertenencias del bote.
"Yo me quedo con los muchachos", le dijo al capitán de la lancha, y luego de dejar todo arreglado en el bote, se quedó con nosotros.
En poquito tiempo, ese niño interiorano se ganó nuestra confianza, cariño y hasta admiración.
Él se bañó en la playa, hizo competencia de buceo y hasta comió con nosotros.
Nunca hubo un gesto de mala cara ni mala actitud, al contrario, mientras se bañaba le "echaba un ojo" a nuestras pertenencias, aun cuando no se lo habíamos pedido.
Al final del paseo, cuando ya nos íbamos, sus ojitos se opacaron, y debo admitir que en lo personal, me dio nostalgia despedirme de él. Quizás para Alex es normal quedarse a pasar el rato con los turistas que viajan hacia la isla, pero para nosotros fue un grato momento del que muchas veces recordaremos.