Cuán fuerte es la fe, tanto que en la hora de la muerte acompaña hasta aquéllos que creemos poderosos, pero que supieron distinguir en vida que el único poderoso sobre todas las cosas es Dios.
La siguiente oración fue escrita por Robert Kennedy y se le halló en un bolsillo de su saco el día que lo mataron.
En tus manos, oh Dios, me abandono.
Modela esta arcilla, como hace con el barro el alfarero.
Dale forma, y después, si así lo quieres, hazla pedazos.
MANDA, ORDENA.
"¿Qué quieres que yo haga? ¿Qué quieres que yo no haga?"
Elogiado y humillado, perseguido, incomprendido y calumniado, consolado, dolorido, inútil para todo, sólo me queda decir a ejemplo de tu Madre:
"Hágase en mí según tu palabra".
Dame el amor por excelencia, el amor de la Cruz; no una cruz heroica que pudiera satisfacer mi amor propio; sino aquellas cruces humildes y vulgares que llevo con repugnancia.
Las que encuentro cada día en la contradicción, el olvido, el fracaso, los falsos juicios, la indiferencia, en el rechazo y el menosprecio de los demás, en el malestar y la enfermedad, en las limitaciones intelectuales y en la aridez, en el silencio del corazón.
Solamente entonces Tú sabrás que te amo, aunque yo mismo no lo sepa.
Pero eso basta.
Amén.
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