Los zapatos nuevos brillaban al lado de la cama, mientras la camisa, el peticote, las medias y la falda, aguardaban su turno de uso guindados en una percha.
Hasta en estas piezas se proyectaba la emoci�n que su due�a sent�a por desfilar el 3 de noviembre.
Cada noche del 2, las sacaba del guardarropa y las colocaba cuidadosamente a la mano. No pod�a fallar ning�n detalle. Todo deb�a estar en orden para el gran acontecimiento.
En la ma�ana del 3, nadie ten�a que llamarla para que se levantara. No, que va. Ese d�a, tempranito se ba�aba y desayunaba con la alegr�a desbord�ndosele por los poros, a diferencia de los d�as �normales� en que ten�a la madre que amenazarla con meterle un rebencazo si no se levantaba para ir a la escuela.
Salir de la casa y llegar al palacio municipal para cantar el himno y luego empezar a desfilar, era el cl�max del d�a. Nada superaba esos momentos. Tan, tan, tan, tarar�n... izquierda, derecha, izquierda... hombros erguidos...
Esa era yo, esta periodista empedernida, en los tiempos de colegio hace �pocos� a�os, cuando el 3 y el 4 de noviembre era fechas sublimes, y el estudiante viv�a deseando que llegaran por fin.
Eran tiempos en que una cinta de cuadro de honor pod�a subirte al cielo. Bueno, tambi�n bajarte de un solo tajo. Al menos a m� me pas� un 28 de noviembre en La Chorrera.
Llevaba yo, junto al compa�ero del Rodolfo Chiari de Aguadulce, Angel Santos Campos, la bandera... �o era el estandarte? No recuerdo, pero lo que s� recuerdo es que un jovencito me pregunt� que si yo me cre�a digna de llevar esa cinta tricolor en el pecho. Con orgullo mal entendido, le dije que s�. Y �l me dijo: �pru�balo! �C�mo?, le pregunt�. ��Podr�as declamar las famosas rimas de Becker?�.
�Dios m�o, no me las sab�a! Quise cerrarle su bocota de un tromp�n por dejarme en rid�culo. Enseguida me quit� la cinta y me la met� al bolsillo de la camisa.
�Qu� tiempos aquellos! �Ser�n iguales ahora? Por lo que veo, no... �o ser� que lo digo porque ya no soy la protagonista?