Ella es de El Cristo de Aguadulce y él colonense. Los conozco hace casi 20 años. Desde siempre la he oído quejarse porque él bebe mucho, le saca el jugo a la parranda, llega de mañana, malgasta la plata y jamás le ha regalado una flor.
"No la soporto", dice él, cejijunto, porque ella se queja mucho con su vocecita que parece un pito de guardia, una aguja metida en el cerebro y porque no se cansa de chillar y chillar toda la noche, todo el día, toda la vida.
Él y ella dicen que esto se acaba pronto, que cualquier día me consigo otra más joven, menos quejona, más linda; que pronto aceptaré irme con un hombre bueno, uno de verdad, no un borracho como tú, uno que sirva para algo.
Cada vez que se encuentran conmigo, la cantaleta es la misma: que si ese es un mal hombre y que si ella no sirve como mujer, que si él me pegó la otra noche, que si fue porque ella ofendió la memoria de mi madre, y un largo y extenuante etcétera que de vez en cuando les abre un paréntesis y les permite un beso de trompita, y hasta el sexo que les ha provocado dos hijas hermosas.
En eso están, ¡hace veinte esquizofrénicos años!
Dice una canción que las canas traen el arrepentimiento. Con los años, la gente normal empieza a pedirle perdón a la vida por lo que hizo o no hizo, por las palabras hirientes, por los silencios, por las mentiras y las traiciones y hasta por las risas que nos sacamos del cuerpo en el momento más inoportuno.
A esos dos amigos, a quienes quiero entrañablemente, les va llegando esa hora. La de pedirse perdón el uno a la otra y la otra al uno. Les va cayendo en la cabeza el momento de arrepentirse, ojalá no sea de haberse enamorado, si es que lo suyo fue amor.
Lo bueno sería que dejaran de hacerse daño y con ellos a la gente que los rodea. Como a sus hijas o a mí, que sufro al oírlos en contienda y padezco más cuando me hago el sordo.
Ojalá ese día que ellos se limpien la sangre que los embarra, puedan vivir sin odios.
Entonces empezaré a envidiarlos, porque ya serán libres de esa carga fatal que es la conciencia, y querré imitarlos, y me sacaré de la vida tantos recuerdos que fatigan, y que te persiguen como avispas, aunque nunca haya valido la pena su picadura de sueños.
Así todos reiremos, porque ese será el día que él llegará temprano a casa, y traerá para ella una flor en la mano.
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