A ustedes les consta que en esta columna jamás he tocado un tema relacionado con políticos. Hoy haré una excepción, porque siento la imperiosa necesidad de sacar de dentro de mi corazón un gusanillo que me ha estado causando escozor en los últimos días. Eso ha empañado la celebración del Día del Periodista.
Justamente, por practicar día a día esta profesión, me preocupa la libertad de expresión, amén de que creo en el libre pensamiento y en la tolerancia a las ideas de otros, aunque no las comparta.
Por eso no pueden pasar inadvertidos para mí, dos hechos noticiosos de las últimas semanas: lo que sucedió el pasado 2 de noviembre, cuando el canciller de la república se molestó por el discurso del Dr. Julio Yau, y las supuestas declaraciones del ministro de Gobierno en el sentido de que los periodistas se manejan con la ética del billete.
En el primer caso, es preocupante que quien debe poner el ejemplo de tolerancia, civismo y respeto por las ideas ajenas, haya sido quien, precisamente, dio muestras de todo lo contrario.
No hay nada que justifique el hecho de que un ciudadano no pueda expresar lo que siente. No importa si es un campesino, un indígena, un político o un intelectual citadino. Todos, absolutamente todos los panameños debemos tener plena libertad de pensamiento y de expresión, aunque no estemos de acuerdo con lo que dicen.
Tengamos muy presente a Voltaire cuando dijo: "No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo". Ese debe ser el norte.
Con respecto al otro caso, me sorprende sobremanera que ningún gremio periodístico haya dicho ni esta boca es mía. No se trata de rasgarse las vestiduras, porque no faltará quien sí esté emplanillado en el Gobierno, pero, de ser así, el ministro debe dar a conocer quiénes son. Al fin y al cabo, la planilla del Estado debe ser pública. Lo que no debe ser tolerado, es que alguien enlode a los profesionales del periodismo que cumplen fielmente con su obligación de fiscalizar la gestión pública y ser la voz de sus audiencias.