Hace unos meses, asistí a un debate sobre el dilema de la identidad nacional. Se caracterizó, como siempre, por la "llantarrea" de las leyendas negra y dorada y por la ausencia de un proyecto patriótico. Ingenuamente, pregunté si identidad nacional era lo mismo que proyecto político. Nadie me contestó.
Algún candidato presidencial afirmó en algún torneo electoral que la situación caótica del país debía ser achacada a la ausencia de un proyecto. Al parecer, esa idea provoca consenso entre las llamadas huestes nacionalistas.
Supongo que nuevamente voy a pecar de ingenuo: Siempre hubo un proyecto político para el istmo. El que no representase, quizás, beneficios para todos, no significa que no existiese. Hasta nombre tiene: PRO-MUNDI Y BENEFICIO.
En 1821, motivados por Bolívar y la cómoda irresponsabilidad de no asumir la defensa de la soberanía del Estado, ese proyecto unió el istmo a la Gran Colombia. Al final de la Guerra de los Mil Días, a pesar de tener la victoria en las manos, los liberales sumados a ese proyecto, aceptaron la paz y traicionaron a Victoriano. En estos tiempos privatizados, el mejor ejemplo es la venta del Hipódromo Presidente Remón. Pudiendo ser los dueños absolutos de dicha propiedad, los beneficiados de PROMUNDI prefirieron ser socios minoritarios y obtener ganancias sin mucho esfuerzo.
Así es. Hemos tenido un proyecto político vuelto hacia fuera. ¿No les llama la atención que cualquier evento siempre se compara con el carnaval de calle 8 y no con el de Las Tablas? Pero al lado de PROMUNDI siempre ha convivido otro proyecto, ese que Blades resume en el verso: "Son los mártires que gritan: bandera, bandera..."
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