"La pollita negra va a cumplir un año y mamá gallina quiere celebrarlo, están invitados tío pavo y tío gallo y todos los pollitos del vecindario".
Parece que fue ayer cuando mi suegra, que hoy mora en el cielo, le cantaba esa melodía infantil a mi hija Stephanie, entonces próxima a cumplir un año. Corría el año 1993.
Desde entonces nos sentábamos en su portal a planear un quinceaños. Típico, por supuesto.
Pasó el tiempo y mi hija creció, hasta que se llegó el momento de celebrar esa fiesta familiar, el pasado 17 de noviembre.
Mientras escribo, las lágrimas bañan mi ojos. ¿El motivo? Alegría, porque la celebración resultó un éxito. Los familiares nuestros y los mejores amigos de mi hija estuvieron allí y gozaron. Pero, a la vez, tristeza porque aquella persona a la que quise como una madre, no estuvo físicamente allí para ver a su nieta convertida en una radiante señorita que baila el punto con gracia y donaire, en compañía de su padre y sus dos hermanos.
Mientras daba la bienvenida a nuestros invitados, aquella melodía de "la pollita negra" rondaba mi cabeza. Y es que veía a mi hija como una "pollita" feliz de estar con sus seres queridos y lo manifestaba. Mi suegra debió celebrar a lo grande en el cielo.
Creo que lo que yo sentí esa noche es lo mismo que siente la mayoría de las familias en una celebración de esa naturaleza. Para muchos, celebrar un quinceaños es una gastadera inútil de dinero. Para otros, entre esos yo, es una pura manifestación cultural y familiar, que exalta los lazos fraternos y amicales.
La familia entera sólo se reúne para enterrar a uno de sus miembros, o para celebrar un cumpleaños. Si eso es así, entonces no nos queda más que aprovechar esta última celebración para estar unidos en el amor, en la solidaridad y en la felicidad de compartir.
Y en esa cohesión de hermanos, hijos, padres, primos, sobrinos y amigos, reunidos en un solo lugar, siempre están presentes los que ya partieron al encuentro con el Señor. Por eso, "la pollita negra" rondaba mi cabeza.
Esta columna es un tributo a mi hija quinceañera, a mi familia y a los miembros de ella que ya no están, especialmente, mi suegra. ¡Salud!
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