Recuerda sus mejores años al lado de una familia ilustre que la amparó de la orfandad.
Eva Caicedo, de 88 años, alegre, conversadora y con una lucidez envidiable, desde su silla de ruedas relata su vida junto al hogar del catedrático Abel Bravo, uno de los fundadores de la enseñanza normal.
"Me crié con sus tres hijas en su casa en calle 3, San Felipe. Mis tías me llevaron allí desde los 8 años, y a los 20 salí de aquella casa a trabajar en otro lugar.
Me llamaba de cariño "Evona", siempre que salía y llegaba de Costa Atlántica, donde trabajaba.
Yo era una criada, sólo me encargaba de limpiar la casa y acompañar a las niñas, porque ellas hacían de todo".
Con su fuerte voz dijo que aunque no ganaba un sueldo, su trabajo era a cambio de un techo, alimentación y vivienda.
Aunque se casó, no tuvo hijos, por eso pasa sus días con sus hermosos recuerdos que nunca la abandonan en el Hogar Bolívar.
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