Me desperté con mucha flojera y renegando. Me dirigí al baño arrastrando los pies mientras maldecía el tener que levantarme. ¿Por qué tener que trabajar? ¡Esa sí era una verdadera maldición!
Salí de mi casa en dirección a la oficina. El semáforo marcó el alto y, de pronto, se colocó frente a todos los automóviles algo que parecía un bulto. Era el cuerpo de un joven montado en un pequeño carro de madera. Aquel hombre no tenía piernas y le faltaba un brazo. Sin embargo, con su mano izquierda lograba conducir el pequeño vehículo y manejar un conjunto de pelotas con las que hacía malabares.
Las ventanillas de los automóviles se abrían para darle una moneda al malabarista que llevaba un pequeño letrero sobre el pecho. Cuando se acercó a mi auto pude leerlo, "Gracias por ayudarme a sostener a mi hermano paralítico". Con su mano izquierda señaló hacia la banqueta y ahí pude ver a su hermano, sentado en una silla de ruedas colocada frente a un atril que sostenía un lienzo, y movía magistralmente con su boca un pincel que daba forma a un hermoso paisaje. El malabarista, mientras recibía ayuda, vio el asombro de mi cara y me dijo: - ¿Verdad que mi hermano es un artista? Entonces leí la frase que decía: "Gracias Señor por los dones que nos das. Contigo no nos falta nada".
Mientras el semáforo cambiaba del color rojo al verde, descubrí que ante aquellos jóvenes, yo era el paralítico y decidí que desde ese día trataría de levantarme.
|