ENTRE NOS
Cuenta cuentos

Elizabeth M. de Lao | DIAaDIA

A muchos niños de hoy día les gusta ir a las librerías, porque ahora hay cuenta cuentos, para incentivarlos a leer esos relatos de fantasía. Y esto me lleva a mi infancia.

Allá en Penonomé, en mi barriada, hubo un hombre que fue uno de mis héroes de la niñez. Era nuestro cuenta cuentos. Sí, no se crean que esto es nuevo. En los pueblos hubo muchos hombres y mujeres que ocuparon las horas tempranas de sus noches, en contar cuentos a los niños del barrio o del pueblo.

En mi caso, era el Señor Tabo, un hombre de ojos celestes, con una chispa de picardía que no lo abandonaba nunca. Siempre tenía un chiste en la punta de su lengua y un cuento para contarnos cada vez que regresaba de trabajar en la capital.

El tío tigre, el tío conejo, la tía zorra, la tulivieja, San Roque, el hombre del saco eran los protagonistas de esos cuentos, contados en el portal de la casa de mis padres. Entre los cuentos intercalaba chistes. ¡Imagínense esa diversión!

Recuerdo que cuando veíamos venir al Señor Tabo, todos quedábamos a la expectativa, esperando el cuento que de seguro traería para entretenernos, mientras lo rodeábamos sentados en el suelo y él en un taburete o en el quicio del portal. Eran tiempos en que la televisión ocupaba un segundo lugar, afortunadamente, lo que nos permitía concentrarnos en los relatos de hombres de bien, como el Señor Tabo. Cuando él se daba cuenta de que era hora de irnos a dormir, entonces venía un cuento de miedo. ¡Ay Dios!, todo el mundo se iba a la cama con el corazón en la mano, lleno de miedo, pero a la vez, colmado de fantasía, de euforia, de esa alegría inocente de quien se siente querido y protegido por sus mayores. Esas historias de nuestro cuenta cuentos también nos ayudaron a analizar, a darnos cuenta de que la astucia y el sentido común pueden más que la fuerza física. Si no lo creen, pregúntenle al tío tigre cómo es que el tío conejo, más chiquito e insignificante, le ganaba siempre. ¡Gracias, Señor Tabo!

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