HOJA SUELTA
Los veinte

Eduardo Soto | DIAaDIA

Quizá usted que lee esto ya pasó por los vendavales de los veinte años. Es una etapa cachimbona esa, ¿no? A los veinte se cree que todo es posible, que la vida empieza y termina aquí, en mis puntas, que siempre tengo la razón, ¿para qué dormir?, mis papás y los profesores son unos tontos, es que no saben que Dios me revela sus secretos a cada rato, y se tienen respuestas a todas las preguntas, porque andamos con el "manual especializado para la vida" prensado en el sobaco.

También es la época del ideal, cuando uno quiere cambiar el mundo, cuando no se aceptan las medias tintas y se piensa que la vida es blanca o negra, sin tonos grises. Ahí es cuando se definen las profesiones (a veces pensando en eso de cambiar las cosas), uno se casa (sin tener la menor idea de lo que es criar un hijo en estos tiempos), y se consolida lo que seremos en el "futuro", palabra oscura y medio esotérica que ya empezamos a usar, aunque todavía no tenemos ni idea qué significa, pero suena muy bien... tiene alas.

Tengo un conocido que anda metido en el huracán ese de los veinte años. Viéndolo desde mis casi cuarenta, parece un remolino con pies. Está hecho un nudo feliz. Tiene un hijo, pero vive solo. Tiene dos carreras a medio palo. Estudia ahora, pero no sabe, ni quiere saber, cuál es su vocación. Habla hasta por los codos: opinando, opinando, opinando. No le hace daño a nadie, pero se está matando con el cigarrillo y la cerveza. Quiere ser el centro del espectáculo. Anda del timbo al tambo, entre senos grandes, rubias y pelinegras, bailadoras todas (¡qué envidia!), casi no descansa, y jamás, pero jamás, cree que se equivoca.

Me recuerda mucho a mí. Por esos años también estaba seguro que la clave de la vida era primero yo, segundo yo y tercero yo. Tenía la receta perfecta para hacer la revolución. Estaba convencido que sería el líder máximo de un movimiento que se derramaría por América Latina y nos cambiaría la vida a todos. Escribí cien canciones. Moví cielo y tierra hasta que esa chica aceptó casarse conmigo... viví la vida a mil por hora, y sólo tenía veinte.

En el fondo creo que esos son los mejores años. Esa intransigencia es sana. Es entonces cuando se echan las bases del edificio y se deben conservar sus fuentes de poder para no aceptar "los gajes del oficio" de vivir. Quisiera que mi amigo no se canse de buscar y buscar. Que siga opinando, pero que aprenda a escuchar. Y ojalá descifre el misterio de esa palabra bruja: futuro.

Ciudad de Panamá 
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