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ENTRE NOS
¡Buena esa, hijo!

Por: Elizabeth Muñoz de Lao. | EDITORA GENERAL, DIAaDIA

Cada vez que pasaba por la gasolinera, un torrente de lágrimas inundaba mis mejillas. Eran las lágrimas de una madre triste, con sentimientos encontrados de culpa y, a la vez, de convicción de que estaba haciendo lo debido.

En ese lugar, en horas de la noche y de la madrugada, mi hijo mayor lavaba autos, no por necesidad, sino como una lección de vida. Tenía que aprender que las oportunidades hay que aprovecharlas y que sólo valoramos lo que nos cuesta.

Había llegado allí a trabajar, luego de que fracasara en sexto año por su inmadurez o por simple pereza.

Recuerdo que le dije que su madre jamás apadrinaría la vagancia, aunque me costara la vida, pues sentía que me moría de sólo pensar que mi bebé (sigue siéndolo a sus 28 años) tenía que trabajar, en lugar de estudiar ese año en la universidad.

Paralelamente, debía recibir sus clases para terminar su sexto año. Eso no era negociable y él lo sabía. O se graduaba, o se graduaba, no tenía opción. Yo nunca dudé de que lo haría.

Hoy, cuando lo miro, me siento tremendamente orgullosa de él. Es cierto que dio un tropezón al fracasar esas materias, pero también lo es que supo levantarse, valorar su propio esfuerzo y el de sus padres, y retomar el camino que lo conduciría al éxito profesional y a la recuperación de su autoestima.

Se graduó de sexto año y estudió una carrera universitaria. Es un joven sano, ha demostrado ser responsable y le gusta su trabajo. ¡Qué más puedo pedir!

Hoy, él cuenta esa época de su vida con orgullo. Utiliza su propio ejemplo para incentivar a sus hermanos menores a estudiar, a esforzarse, a valorar lo que Dios les ha dado.

En estos tiempos, en que nosotros como padres sólo pensamos en darles a nuestros hijos lo que nosotros no tuvimos, es bueno recordar que a veces es oportuno y necesario enseñarles la otra cara de la moneda para que aprendan que la vida no es color de rosa y que el esfuerzo y la responsabilidad valen su peso en oro. Mi hijo lo aprendió y hoy le digo públicamente: ¡Qué orgullosa me siento de ti, Néstor!





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