Mientras que a muchos hogares ya llegó la Navidad, en otros apenas se puede soñar con el alimento del día. Este es el caso de Angélica, quien a pesar de su reciente invidencia, está muy consciente de lo que sucede a su alrededor. Esta joven de 27 años, ha tenido que hacer un gran esfuerzo por no caer en la depresión, pues la invidencia no es el único mal que la aqueja, Angélica también conoce la pobreza y el hambre. Hace cinco años perdió la vista, debido a un quiste no atendido que le salió cerca del ojo izquierdo. Ella y Victorina, su madre, duermen en la única cama del minúsculo cuarto donde viven. Se trata de una improvisada casita de madera y zinc, ubicada en el Chungal, cuyas tablas se encuentran ya podridas a causa de la humedad. El piso es de tierra, y cuando llueve el agua se filtra dentro de la casa. A causa de esto, Angélica y su mamá viven enfermas, pues en las noches el sereno entra a través de las rendijas de las maderas, "se mete mucha frialdad", dice Angélica, quien desde los quince años trabajó como doméstica; pero, al perder la vista, tuvo que dejar el empleo. "Ay Dios mío, quisiera que me ayudaran, me siento muy desesperada... yo pido que me ayuden con materiales para la casa y con algo de dinero, porque no tenemos alimentos, y mi mamá está enferma", aseguró.
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