Dos caminos divergían en un bosque amarillo y apesadumbrado. Por no poder recorrer ambos y por ser tan sólo un viajero, me detuve largo tiempo, miré a lo largo de uno tan lejos como pude, hasta el punto en que giraba en la maleza.
Entonces, tomé el otro, muy parecido, y teniendo tal vez menos demanda, porque estaba cubierto de hierba y mostraba menos desgaste; aunque al atravesarlo, lo habría de desgastar igual.
Sin embargo, sabiendo que un camino lleva a otro, dudé que alguna vez tuviese la oportunidad de tomar el otro. Al contar esto, lo hago con un suspiro. En algún lugar, hace muchos años dos caminos divergían en un bosque y yo; yo tomé el menos transitado... y eso hizo toda la diferencia.
El pensamiento de hoy es, en realidad, un poema que entraña una reflexión personal por parte del autor.
Nos presenta un cuadro de las decisiones que tomamos en la vida. Una vez tomada una opción, pensando aún que podamos regresar en caso de fracasar a la otra, pronto descubrimos que en muchos casos la decisión es irreversible. Esto no significa, sin embargo, que Dios no nos dé nuevas oportunidades... lo cual Jesús mismo vino a garantizar.
Lo que sí significa es que necesitamos aprender a caminar de la mano del Señor, porque recorremos una ruta que, al igual que los israelitas de antaño al entrar a Canaí¡n, nunca hemos transitado. Podemos confiar en que si nos aferramos al Señor, estaremos en el camino correcto.
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