Estos días no han sido buenos. Tal parece que Panamá se desmorona por pedazos.
Las lluvias se han ensañado con buena parte del mundo y esta vez, nuestra tierra no ha sido la excepción.
Las autoridades de Protección Civil, la Cruz Roja, el MOP, el Ministerio de Salud, de Educación y la propia Presidencia han tenido que actuar en varios frentes a la vez. Eso hizo salir a flote una amarga verdad: no estamos preparados para los desastres naturales a gran escala.
No es lo mismo atacar un solo frente, como ocurrió con Prados del Este, Pacora, Tocumen y la 24 de Diciembre en el 2004, que atender las necesidades de varias provincias, cuyos ríos arrasaron con personas, viviendas, escuelas, carreteras y productos agrícolas.
El personal voluntario y funcionarios de todas las entidades gubernamentales no terminan de atender una comunidad, cuando otra está en aprietos.
El MOP no termina de abrir una carretera destruida, cuando se les parten las dos vías internacionales más importantes del país. Todo a la vez.
Para nadie es un secreto que no había cómo llevar comida y agua a la gente de Bocas del Toro y Chiriquí. Tuvo que llegar el Presidente de España para pedir auxilio a nuestros hermanos colombianos, estadounidenses y españoles. Nuestros helicópteros no eran capaces de pasar por la Cordillera Central, y los aviones eran muy pequeños para llevar tanta carga.
A esto se suma que jamás ha habido un plan de contingencia ante catástrofes de esta naturaleza.
Más aún: no hay equipo de rescate suficiente ni personal para estos casos.
Lo que ha ocurrido esta semana es sólo un aviso. Hay que poner las bardas en remojo y trabajar ya en un plan nacional de contingencia. Si no lo hacemos ahora, mañana puede ser demasiado tarde.