Tengo el convencimiento, casi total, que la historia ya no sólo la escriben los vencedores, sino que ellos se anticipan y la dirigen, por lo menos eso pretenden. Hace unas décadas, antes de la crisis petrolera y mucho antes de la caída del muro de Berlín, los estados del tercer mundo jugaban un importantísimo papel en las economías de sus respectivos países y ninguno era acusado de ineficiente; según mi memoria, ese es un cargo no tan antiguo. Como prueba, todos los estados del tercer mundo fueron sujetos de créditos y de préstamos multimillonarios. ¿Eran los estados eficientes o las instituciones internacionales de financiamiento fueron irresponsables?
En un punto del devenir histórico, las cosas cambiaron. Comenzó la acusación de ineficiencia. ¿Coincidencia? ¿La corrupción convirtió en torpes máquinas a los estados del tercer mundo? ¿Historia escrita muchos años atrás?
El desarrollo fue sacrificado. La deuda en Panamá tiene garantizado su pago a nivel constitucional, mientras que el nombramiento de maestros no tiene en la práctica tal garantía y las farmacias de hospitales públicos aspiran a que el acetaminofén sea panacea que cure todos los males. Así ocurre en muchas latitudes de Latinoamérica, Asia y África. También en ciertas zonas del primer mundo.
¿Fue la acusación de ineficiencia la responsable de las privatizaciones de las empresas públicas? ¿Dicha acusación nació con el cobro de la deuda externa? ¿Esto no suena a emboscada cantada?
Podría pensarse que éste es un tema ya pasado. Pero resulta que los tiempos que vienen parecen exigir la participación activa e intensa de los ciudadanos en la búsqueda de soluciones. ¿No podría nacer una acusación a la ciudadanía parecida a la hecha a los estados? ¿Será posible que acusen en el futuro a los ciudadanos de ineficientes e incapaces de regir sus destinos?
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