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Camino a la iglesia, un joven estudiante fue sorprendido por la presencia de un mendigo.
Sin embargo, como buen cristiano, el estudiante intentó consolar al pobre hombre diciéndole: "Que Dios te dé un buen dÃa".
Ante esto, el mendigo replicó: "Hasta el momento, nunca he tenido un mal dÃa".
Entonces, el niño le dijo: "¡Qué Dios te dé buena suerte!".
"Hasta ahora, no he tenido mala suerte", respondió el mendigo.
Bueno, –continuó el joven- que Dios te dé la felicidad.
"No he sido infeliz hasta el momento", dijo el hombre.
El escolar entonces le preguntó al mendigo: "¿Me puedes explicar lo que acabas de decirme?". Y el mendigo contestó: "Con gusto".
Tú me deseaste un buen dÃa, pero todavÃa no he tenido un dÃa malo, pues cuando tengo hambre o frÃo rezo al Padre Celestial. Tú deseaste que Dios me dé buena suerte; sin embargo, hasta el momento no he tenido mala suerte debido a que vivo con Dios y siempre supe que todo lo que Él hace por mà es siempre lo mejor. Cualquier cosa que Dios me dé, sea ésta agradable o desagradable, la acepto con mucha alegrÃa.
Esa es la razón por la que nunca he tenido mala suerte.
Finalmente, tú deseaste que Dios me haga feliz. Pero nunca he sido más feliz en mi vida que ahora, pues todo lo que deseo es seguir el plan que Dios tiene para mÃ. Es por ello que nunca he sido infeliz.
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