El gabinete de cocina de la casa de mis padres, me trae múltiples recuerdos, todos ellos relacionados con mi madre.
Allí, cuidadosamente ordenada, se guardaba la comida de la quincena; los cubiertos, los vasos, los platos, las tazas.
Pero lo más importante para nosotros, aquellos cinco hermanos muy unidos, era lo que estaba encima, en la "curumbita" de ese gabinete, que ya no existe, sólo en mis recuerdos.
Allí, en lo más alto y, por tanto, casi inalcanzable, había una lata floreada, de esas que vienen con galletas que cuando se acaban, queda para guardar "cositas".
Bueno, la sabiduría de mi querida madre, mi cabecita blanca, siempre la vi representada en esa caja de lata.
Dentro, ella guardaba cada quincena, religiosamente, confites, galletas, chocolatitos, chicles, "ositos", entre otras golosinas. Nadie, absolutamente nadie, osaba tocar esa lata sin el permiso de mami.
Todo lo que allí había estaba contabilizado, porque debía alcanzar para toda la quincena, de manera que el contenido era repartido cada día en cinco partes iguales. Si tocaba disfrutar de los "ositos", mi mamá tomaba cinco ositos y los distribuía entre sus cinco hijos. De esta forma, nadie comía más que los otros y a nadie se le dañaban los dientes.
Lo mismo hacía con el "Milo", la Frescavena o la leche Klim.
De esa lata del gabinete, se valió mi madre para enseñarnos a obedecer, a compartir, a respetar, a no golosear, a cuidar el presupuesto familiar y a ser equitativos.
Un día, mi mamá no estuvo de acuerdo con el pensamiento de una persona que conozco. Y tuvo el descaro de decirme que mi madre pensaba de manera diferente porque era ignorante, pues no estudió en una universidad. Y yo recordé la lata de golosinas, también la forma en que siempre ha sido el pilar de la familia, y la relación tan hermosa con mi padre, y sólo atiné a pensar: ojalá todos fuéramos tan ignorantes. ¡Gracias, mami!
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