Un maestro quería enseñar una lección especial a sus alumnos, y para ello les dio la oportunidad de escoger entre tres exámenes: uno de cincuenta preguntas, uno de cuarenta y uno de treinta.
Los alumnos quedaron consternados por la oportunidad que les daba el maestro y trataban de decidir cuál de los tres exámenes elegirían.
Uno a uno fueron pidiendo su examen y llenándolo como podían.
Ahora era el turno del maestro, quien decidió en silencio.
A los que escogieron el de treinta les puso una "C", sin importar que hubieran contestado correctamente todas las preguntas.
A los que escogieron el de cuarenta les puso una "B", aun cuando más de la mitad de las respuestas estuviera mal.
Y a los que escogieron el de cincuenta les puso una "A", aunque se hubieran equivocado en casi todas.
Como los estudiantes no entendían nada, el maestro les explicó:
"Queridos alumnos: permítanme decirles que yo no estaba examinando su conocimiento, sino su voluntad de apuntar a lo alto y por eso los he calificado del modo que lo he hecho".
Nuestra meta, como seres humanos, debe ser siempre apuntar a lo alto, no solamente en nuestros proyectos de vida, tales como profesión, estudios, negocios, entre otras, sino también fijarnos la meta en aquello que tiene aún más valor.
"Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús". Filipenses 3: 14.
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