No hay escuela que nos ense�e a ser madre, y ninguna experiencia es igual a otra. Cada etapa, desde el embarazo hasta el nacimiento es especial; las pataditas en nuestro vientre, el doloroso momento del parto y ese primer encuentro inolvidable en que �l o ella se convierte en nuestra raz�n de ser y nosotras en su primer amor, solo hay que ver c�mo se desesperan, lloran y extienden sus bracitos hacia su mam�, cada vez que se separan.
Con la llegada de un hijo surgen los desvelos y nace en nosotras el compromiso eterno de amarlo, cuidarlo y criarlo; a�n cuando crezcan, se independicen y formen su propia familia.
Cuando est�n chiquitos nos emboban con sus monadas y travesuras y cuando van creciendo sentimos tanta, pero tanta pena no haber pasado m�s tiempo con ellos, queremos retroceder el tiempo para volver a acunarlos y tenerlos siempre a nuestro alcance para protegerlos.
Con el nacimiento de un hijo, las mujeres logramos comprender, aunque un poco tarde, la actitud protectora de nuestras madres en esa �poca tan rebelde de la adolescencia, y es cuando entonces nos toca saldar lo mal que nos portamos con ellas. �Si te digo esto es por tu bien�, le repetimos siempre a nuestros hijos, evocando las mismas frases que nos dec�a mam�, mientras nos hac�amos las desentendidas.