"Sólo lo salva un milagro". Eso fue lo único que pensé ayer cuando vi con mis propios ojos al boxeador colombiano Carlos Meza.
Y es que creo que no se necesita ser doctor para determinar en estos momentos que la vida de Meza está en las manos de Dios.
Eran aproximadamente la 1:00 de la tarde cuando llegué al hospital Santo Tomás.
Sabía que era difícil obtener una reacción del doctor Ballesteros, quien fue el que operó en la madrugada del sábado a Meza. Sin embargo, mi instinto me decía que tenía que llegar hasta la sala de cuidados intensivos donde se encontraba el gladiador colombiano.
Con paso lento y seguro, y con la mirada bien atenta, revisé el pasillo en busca de algún familiar. Nadie en el lugar, sólo el nombre de Carlos Meza, C9 (cama nueve), registrado en un mural.
Los minutos pasaban y algo me decía que tenía que esperar. De repente... el reloj marcó la 1:20 de la tarde ... una puerta se abrió y un camillero acompañado de una doctora se dirigían hacia mí con un paciente... era Meza, acostado en una camilla librando una batalla con la muerte.
IMPACTANTE
La imagen era realmente triste. Una enorme gasa al lado derecho de la cabeza le cubría la herida donde fue abierto para ser operado. La cara totalmente hinchada, producto de lo fragoroso que fue su combate del viernes.
Venoclisis, un tubo colocado en su boca para que respirara y un aparato que marca los signos vitales del corazón lo acompañaban en su viaje hacia el elevador. Habían otros dos aparatos, pero no los pude identificar.
Mis ojos no se podían separar de la camilla. No podía creer que un gladiador que llegó el martes a nuestro país con tanta vida, estuviera hoy a un paso de la muerte.
"¿Ese es el boxeador colombiano Carlos Meza?", le pregunté a la doctora. Sin vacilar, me respondió: "Sí, y le vamos a hacer un chequeo".
Fue la última vez que vi a Meza, antes de que el elevador se lo llevara a su destino.
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