"Si es libertad lo que buscamos, no debemos desear o rehuir nada que dependa de otros; de lo contrario, siempre seremos impotentes esclavos." Epicteto
Somos fiesteros. Eso no es malo. Al contrario, es una actitud de lo más sana: disfrutamos celebrando la existencia. Pero cuando se trata de una marcha por la depuración de la Corte Suprema de Justicia, no va nadie. ¿Qué significa esto? ¿Que el placer y la preocupación por la cosa pública se excluyen? ¿Que nuestro compromiso sólo alcanza para comprar los fuegos artificiales que acompañarán a la tuna y al tamborito?
Quizá es herencia cultural o tal vez es que en un ambiente tan rico como el trópico, no es necesario esforzarse mucho para sobrevivir (no hay invierno que nos mate por congelamiento). Nuestra historia no nos obligó a ser suspicaces y metódicos. Y el compromiso necesita de la suspicacia y de la metodología para no convertirse en fracaso; la realidad cambia constantemente y un individuo comprometido con una causa debe ser capaz de adelantarse a un cambio que pueda dar al traste con lo planeado. De repente ese es el punto, no queremos aprender a tomar en nuestras manos las riendas de nuestro devenir comunitario porque implica la posibilidad de fracaso y preferimos dejar al azar la cosa social y festejar mientras tanto. A lo mejor tenemos miedo de ser libres.
Otra arista que tiene el tema, es la motivación que parece estar tras las acciones comunales. Creo que no estoy siendo claro. Mejor soy directo. No vamos a una marcha para depurar la Corte Suprema de Justicia porque nos da resquemor que quien dirija la manifestación, negocie y quede convertido en magistrado de la tan impura institución de justicia. Quizá temamos ser utilizados y hacer papel de tontos útiles. Pero hay que preguntarse algo muy importante, ¿Qué es peor: correr el riesgo de la manipulación o seguir sufriendo la injusticia institucionalizada?
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