Había una vez un puente que atravesaba un gran río. Un hombre era el encargado de operar los controles del puente, y lo hacía desde una pequeña choza, que estaba ubicada al lado del río. Una noche, el operador esperaba el último tren para activar los controles, pero hubo problemas mecánicos. Podían ocurrir lo siguiente: Que el tren se estrellara contra el río y que muriera mucha gente.

Sólo había algo por hacer: El operador tendría que mantener la palanca en cierta posición hasta que el tren cruzara. Muchas vidas dependían de la fuerza de este hombre. Pero pasó lo inesperado, el operador escuchó la voz de su hijo que le decía "Papi, ¿dónde estás?" Era su hijo que lo buscaba. Su primer impulso fue gritar "corre, corre", pero era imposible que lo escuchara o que esquivara el tren en cuestión de segundos. El operador casi suelta la palanca para correr tras su hijo y ponerlo a salvo, pero comprendió que no tendría suficiente tiempo para regresar y sostener la palanca. Tenía que tomar una decisión: o la vida de su hijo o la vida de todas aquellas personas.

La velocidad con que venía el tren evitó que los pasajeros se dieran cuenta de la muerte atroz de aquel niño, de los lamentos del operador, de cómo la madre recibió esta noticia. ¿Puedes imaginarte ese dolor? ¿Puedes comprender los sentimientos y el dolor de Dios cuando sacrificó a su Hijo para construir ese puente que nos permitiese a todos sus hijos en la tierra obtener la vida eterna?

¿Cómo se sentirá Dios cuando ve cómo corremos por la vida sin tener en cuenta el gran sacrificio de amor que Él hizo al enviarnos a su único Hijo para que muriera por nuestra salvación?