Cuando tenía entre 14 y 16 años, estaba convencida de que mi mamá no me quería. No estoy mintiendo, de verdad lo creía.

Por eso, aunque esta columna de hoy está dedicada a las madres en su día, en realidad está dirigida a las hijas.

Durante la adolescencia, no hay nada más desagradable que nos regañen porque le "pelamos el diente" a un chico que nos gusta; que nos digan que no podemos ir a una fiesta, cuando a nuestras amigas sí las dejan ir; que nos halen los cabellos porque no limpiamos bien el cuarto, que no nos dejen tener novio, que nos peguen porque salimos mal en los bimestrales, o que nos "rompan" la boca por malcriadas.

¡Todo eso hacen las madres malucas!

Bueno chicas, les tengo una noticia: La más maluca de las mamás, en realidad es la mejor madre del mundo. Lo descubrí a los 16 años.

A esa edad, tuve que dejar el hogar de la "peor mamá del mundo" (es decir, la mía) para irme a estudiar a otra provincia. Vivía en Penonomé y me fui a Chiriquí.

Allá me enfermé, y descubrí que, aunque me trataban bien, nadie lo hacía como esa "mala mamá", que me exigía que fuera bien en la escuela "porque lo que aprendas, nadie te lo puede quitar". Me di cuenta de que ella me quería, porque me llamaba a cada rato, aunque eso significara ir a un teléfono público lejos de la casa.

Allá, a David, llegó una noche desde Penonomé, muy tarde ya, porque mi tía le había avisado que yo estaba enferma, cuando ya casi era de noche. No tenía dinero, y ella, que nunca osaba pedir a nadie prestado, pidió. Una vecina le dio el dinero. Aún no sé cómo hizo para llegar a esa hora. Pero cuando la vi allá, el mundo se me iluminó.

En ese momento sentí un alivio inmediato y supe que sólo una persona en el mundo era capaz de dar la vida por mí. ¡Esa es mi madre! Si ustedes, jovencitas, tienen una como ella, den gracias a Dios por esa mamá "maluca", porque ella es la única garantía de que en sus vidas, irán por la senda del bien. ¡Gracias, madre mía, bendita seas!