En este año nuevo estoy tentado a no desear nada, y mucho menos a plantearme algún buen propósito a realizar en los próximos 365 días. Mi gran tentación es aprender a atenerme totalmente al adagio de "tomar las cosas tal y como vengan". Pero la inercia de la costumbre funciona entre nosotros, los simples humanos, como un imán arrastrando alfileres.
De todas formas, creo que formularé los propósitos, los buenos propósitos que orientarán mi vida en la próxima docena de meses. Me parece que eso es algo bastante simple.
Mi primera intención será proponerme ser tolerante. Discutir menos. Escuchar más. Sin embargo, ¿qué hacer frente a la falacia, como cuando un individuo con las más malas de las intenciones se dedica a defender a la inhumanidad y al bestialismo? ¿Qué decir de las sectas y su verdad única y absoluta y, por cierto, muy reducida? ¿Y sí un ignorante anuncia una falsedad? Supongo que terminaré por comprar un libro de buenos modales.
Mi segunda intención será preocuparme más por mi apariencia física. Empero. Nunca faltan los emperos. ¿Eso no sería un indicativo de claudicación ante la superficialidad? ¿Arrojar al caño toda una vida dedicada a predicar que el fondo tiene mayor valor que la forma? ¿Rendirse ante el consumismo? Creo que he de conformarme con mis llantas y las fuertes carcajadas que me despiertan.
Mi tercera intención es no hacerme tantas preguntas. Ellas me dificultan a esbozar mis resoluciones anuales. De repente sí hay ventajas en romper relaciones diplomáticas con el espíritu preguntón. Pero, inevitablemente, me pregunto: ¿Dejar de cuestionar no es el primer paso para convertirse en cosa?
Como no aterrizo mi propio proyecto para este año que viene, he optado por robármelo. Hace unos días escuché a un compañero de trabajo decir lo siguiente: "El tiempo pasa y no deja de pasar, y lo único que podemos hacer es no dejarnos arrastrar". ¡Miércoles!, es verdad. Así que después de robar, reflexionar y asimilar, así resumo mi propósito del 2005: ¡ESTÁ PROHIBIDO RENDIRSE!
|