Niña problema

Redacción | DIAaDIA

Cuando Indira tenía catorce años se fugó con un busero. El día que se le vio de nuevo, tenía una barriga enorme, con una niña dentro, y estaba pasando hambre.

Indira siempre fue una muchacha difícil. No le gustaba la escuela, era costumbre desaparecer por días, y hubo una época cuando se enredó con unos tipos de pistola al cinto, quienes para vivir se dedicaban al peligroso negocio de traer y llevar cocaína por las veredas de San Miguelito.

Todo esto lo sé porque ella vivió en mi casa un tiempo, poco antes de su fuga con el busero, cuando todavía sus padres (amigos míos de la infancia) creían que se le podía obligar a estudiar, y me la encomendaron para ver si acá hacíamos algo. La presionamos a fondo, con largas jornadas de tortura frente a los cuadernos, y ese año pasó rasando, pero no sin caídas, raspones y un boletín lleno de notas en rojo-sangre y observaciones pesimistas de los profesores. Con el tiempo nos enteramos de su conducta suicida, sus consecutivos embarazos y sus erráticas idas y venidas por corregidurías y hospitales.

Hasta que la semana pasada me llamó para decirme que había obtenido el bachillerato en una escuela laboral y que, con mucho esfuerzo, gracias al apoyo del hombre que ahora la acompaña, con sus hijos a cuestas como cruz y como motivo para soñar, tenía nuevas metas por conquistar: quiere ir a la universidad y conseguir un trabajo digno. Fui a la graduación y ahí me encontré con cientos de muchachos y muchachas en las mismas condiciones. Luchadores que, a pesar de que muchos no creemos en ellos, marchan sin atender las voces de quienes les dicen que no se puede. Indira me dijo esa noche: "Gracias, ustedes hicieron mucho por mí". Esas palabras me acompañan todavía, y las considero lo mejor que me pasó este año; ojalá ella siga así: enseñándome a vivir.

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