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Víctimas inocentes de un conflicto
Los esposos Barahona muestran algunas municiones que impactaron en el edificio. (Foto: : Erick Barrios/Diamar Díaz)

Diamar Díaz Nieto | DIAaDIA

Muchas páginas hay escritas con sangre en la historia panameña. La invasión a Panamá es una de ellas y muchos de sus protagonistas han pasado inadvertidos durante 20 años, por los escribanos que se encargan de relatar estos hechos, convirtiéndose en fugitivos de la historia.

Testigos de ello, que hasta ahora han guardado silencio, relatan a DIAaDIA lo acontecido en sectores como Huerta Sandoval, Panamá Viejo, Tinajitas, Arraiján, San Miguelito y El Chorrillo. Son sus relatos, sus vivencias, al margen de los motivos, políticos o no, que llevaron a la operación "Causa Justa", que ya son conocidos, y que acabó con un régimen militar oprobioso que gobernó al país entre 1968 y 1989. Algunas de estas historias confirman que esta intervención no se inició el 20, como se ha dicho siempre, sino el 19 de diciembre.

EN MEDIO DE UN CONFLICTO

Huerta Sandoval nació de un sueño que fue forjado con iniciativa, cooperación, dedicación y esfuerzo de sus fundadores; este ideal hacía que sus hijos se sintieran seguros en este complejo de apartamentos, ubicado en el corregimiento de Santa Ana.

Pero la noche del 19 de diciembre todo esto cambió, porque las metrallas y las bombas se convirtieron en el llamado de la muerte.

INCERTIDUMBRE DISFRAZADA DE FIESTA

Ese día se celebraba la cuarta posada navideña y los niños mostraban mucha algarabía, pues se rompería una piñata de la que saldría una lluvia de confites, pero ese no era el único movimiento que se estaba gestando.

La señora Aura de Barahona observaba, a las 7: 30 p.m., desde la ventana de su apartamento en el edificio Círculo Verde, cómo la gente procedente de El Chorrillo salía como si fuera un éxodo con un paso presuroso.

Doña Aura corrió a despertar a su esposo, el profesor Enrique Barahona, para pedirle que se levantara porque sentía que esa noche vendría la invasión. "Yo no sé para dónde iba la gente, se veía gente subiendo, con mochilas para irse", comentó doña Aura.

En otro punto de la Huerta, en el edificio El Sol, el profesor Bolívar Rodríguez Puga salió a botar la basura y una vecina lo abordó y le preguntó: "Oiga, ¿usted no ha oído nada de qué vaya a pasar esta noche?". Él le contestó: "Señora, lo único que puede pasar es que venga un Niño Dios".

Mientras todo esto ocurría, la voz de Héctor Lavoe anunciaba que la Navidad llegaría pronto al igual que la brisa que bajaba vertiginosamente por el Cerro Ancón.

LOS PRIMEROS BOMBAZOS

Con las horas, más angustiada estaba la señora Aura, por eso insistió en levantar a su esposo para que observara por la ventana el inusual traslado. Don Enrique le dijo: "arréglate, que nos vamos", e inmediatamente bajó a buscar el auto. Eran las 11:45 p.m. y en ese momento se escuchó el primer bombazo.

En el edificio Dos Pinos, el señor Basilio Martínez estaba con sus hijos viendo televisión. "De pronto escuchamos un ruido fuerte, como un estruendo, y era un batucazo que le pusieron a la puerta de entrada de la Cárcel Modelo. Luego comenzamos a escuchar los gritos y los disparos, ellos (soldados norteamericanos) se apostaron en los techos de los edificios, de ahí venían bajando con unos hilos, disparando", confirmó Basilio.

Juvenal Sinesterra, trabajador del Canal, residente en el edificio 3D, también sintió ese sonido perturbador. En un principio pensó que era otro golpe de Estado, pero cuando vio hacia el área de la Avenida de los Mártires y observó cómo la gente se iba, decidió partir con su familia, pero recrudecieron los ataques.

A Juvenal le tocó ver un espectáculo espeluznante y no fue otro que percibir cómo un helicóptero disparaba sus morteros hacia el Cuartel Central y luego se ocultaba tras su edificio.

El profesor Bolívar Rodríguez Puga reparó desde su ventana otra escena dantesca. "Esto quedó iluminado prácticamente, no por luces de Navidad, sino por las de los rayos láser que estaban utilizando para lanzar con dirección exacta las bombas; fue una noche difícil, no sabíamos qué estaba pasando... estábamos ignorantes de lo que estaba pasando", confirmó.

Al señor Enrique Barahona, quien quedó en medio del conflicto al buscar su auto para irse con su esposa e hijos, no le quedó de otra que regresarse a su apartamento. Milagrosamente llegó y, de paso, rescató a una vecina que intentó salir con su niña y su madre. Al darles alojamiento, sin darse cuenta, también entraron a su vivienda otras personas procedentes de El Chorrillo, porque la puerta del edificio Círculo Verde quedó abierta.

Los acogidos caminaban de un lado para el otro, como ánimas en pena. "Mi esposo no sabe de dónde salió gente, porque se nos llenó la casa. Vimos cuando tiraron unas luces y todo se puso como si fuera de día, y ellos (los norteamericanos) eran solo bombardear y tirar y tirar".

Ya a las 2:30 a.m. otra bulla se sintió. Los soldados panameños golpearon el rotor de un helicóptero norteamericano, que cayó en medio de la calle, muy cerca de la capilla Nuestra Señora de la Merced.

Mientras esto ocurría, en el apartamento de Basilio Martínez pasaron hechos inesperados. A su casa entraron los gringos y le colocaron un arma en la cabeza, porque se les informó falsamente que en su casa había armas. Todo esto pasó frente a su esposa y sus hijos. En la requisa comprobaron que en su residencia no había nada.

Con la salida del sol, una tanqueta se apostó en la única calle de acceso a Huerta Sandoval.

Un vecino de Bolívar Rodríguez Puga, el señor Federico Villarreal, decidió ir a tomar unas fotos, a pesar de la petición de Rodríguez de que no fuera. En eso cruzan la muralla unos jóvenes que habían participado de los saqueos, y la tanqueta, en ese momento se da vuelta y enfila sus armas hacia donde estaba el grupo de gente... y suelta una ráfaga que duró aproximadamente cinco minutos.

Federico Villarreal fue impactado y voló por los aires, cayendo con el pecho abierto. Murió instantáneamente.

A Turi, un vecino dedicado a la mecánica, la descarga le destrozó la pierna. Con mucho dolor, él llamaba a su madre y le decía: "¡Mamá, ayúdame!", pero los norteamericanos no la dejaron bajar. Turi falleció desangrado, sin poder recibir el último abrazo de su progenitora.

Juvenal, por otro lado, se llenó de valentía porque deseaba salir con su niña y su mujer, que tenía la pierna enyesada. Después de sacar un pañal blanco como muestra de paz, decidió bajar con su nena, dándole la espalda a los soldados para proteger a su pequeña.

Una vez abajo, lo rodearon siete estadounidenses con ametralladoras, y uno de ellos, latino, le habló en inglés y le dijo: "Put the baby in the floor (Pon a la bebé en el piso)". A lo que él contestó: "I am not going to do it, she is my daughter" (No lo voy a hacer, ella es mi hija).

En eso llegó un superior de ellos con acento mexicano y les preguntó qué estaba pasando, a lo que Juvenal le explicó y lo dejó ir.

De esa manera salieron de la Huerta, él cargando en la espalda a su esposa y a su hija en los brazos, y de allí se encaminaron hasta el corregimiento de San Felipe.

El resto de los vecinos salió, los primeros subiéndose en la espalda de otros y cayendo sobre las tumbas del Cementerio Amador; otros por una escalera, por la que pasaron los mayores.

Más tarde, unos jóvenes con unas tucas que eran para colocar los postes de luz, hicieron un hueco en el muro y por allí salió la mayoría.

Debieron hacer la retirada de sus casas de este modo, porque las tropas del Norte no permitieron que salieran por El Chorrillo. Los "huerteños", a pie, se toparon con hallazgos macabros a lo largo del camino, como gente aplastada por las tanquetas, otras destrozadas por los disparos, y hasta calcinadas.

Estos hechos pasaron hace 20 años en Panamá, en un sitio de gente pacífica, que hasta ese día vivió en un remanso de paz.

DIOS LOS PROTEGIO

A pesar de toda la tragedia, Huerta Sandoval no fue bombardeada. Bolívar Rodríguez estima que esto no se dio porque los soldados que estaban en el helicóptero estaban vivos y los norteamericanos protegen a su gente.





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