Suffler pide que se investigue más sobre la invasión, pues todo lo que se dice no es cierto. (Foto: MARYORIE PATIÑO)
Nicanor Alvarado
| Maryorie Patiño
DIAaDIA
"Sé que cometí muchos errores, violamos muchos derechos... ¿Y se arrepiente? Por una parte sí y por otra no. No me arrepiento porque mire cómo está la delincuencia hoy, y de continuar el régimen, no hubiesen tantos delincuentes".
En el sillón más pequeño de la sala de su casa, en Montería, Pedregal, y sin detenerse por la premura de la noche, Rogelio Suffler, agente del S-2 de las fenecidas Fuerzas de Defensa, que prestó servicios durante la invasión, relató todo lo que vivió desde el Cuartel Central y cómo logró sobrevivir al ataque.
El 19 de diciembre de 1989, a las 10: 15 p.m. había llegado al cuartel de El Chorrillo. Lo primero que hizo fue cenar. Tenía una semana de no ver a su esposa, sólo conversaba con ella telefónicamente, pues el tiempo que le quedaba entre sus estudios de relaciones internacionales y su trabajo, era escaso.
Poco antes de las 11: 40 p.m escuchó dos cañonazos, por lo que llamó a sus superiores del G-2 para avisarles lo que ya preveían, la frase "¡atacaron los gringos!" los exaltó. Lugares como el cuartel Victoriano Lorenzo, el Balboa y la Policía de Tránsito habían sido bombardeados, y el siguiente blanco era el cuartel central.
El general Noriega había ordenado, en caso de invasión, correr hacia los barrios e infiltrarse entre la multitud, y atacar, mas no les llegó la orden. Entonces se quedó junto a 19 soldados en el cuartel central a combatir.
Sus compañeros, poco a poco, se fueron rindiendo, amarraban sus suéteres blancos a la punta de sus armas y salían en son de paz, pero caían; a los gringos no les importaba. Los dos que quedaban con él también pensaron hacer lo mismo, pero al conocer que al rendirse también caerían abatidos, desistieron.
La esperanza de la salvación llegó cuando un misil del avión invisible Stealth, uno de las equipos estadounidenses experimentados en Panamá, falló y en lugar de caer sobre ellos, abrió un cráter en el edificio 24 de Diciembre, por donde pudieron salir y refugiarse en diferentes pisos del inmueble, para no levantar sospechas. Desde una de las ventanas lloró al ver morir a uno de sus colegas. Un residente se les acercó y les ofreció ropa para camuflarse y escapar. "Hasta aquí seguimos juntos", fueron sus últimas palabras a sus compañeros.
Pese al miedo de ser descubierto en algún retén del barrio, pasó inadvertido.
Sus pasos se apresuraron hasta llegar a un edificio cerca del Parque de los Aburridos, donde vivía su madre, quien le insistió que se quedara en casa hasta que todo se normalizara. Por la radio escuchó que el general Noriega combatía, así que decidió salir a luchar. "Si mis compañeros lo hacían, por qué yo no", así que volvió a la calle, en donde se dio cuenta que nada era cierto, nadie peleaba, lo que lo hizo pensar que era mejor volver a su hogar en Montería.
"Caminé hasta la escuela República de Venezuela, en la avenida Justo Arosemena, en donde me encontré a un compañero que me llevó hasta la entrada de Concepción en Juan Díaz. Para llegar hasta allá dimos muchas vueltas, porque había muchos bloqueos de los civilistas. En la entrada de Concepción me metí a un restaurante, me llevé dos botellas de licor para el camino, y así llegué hasta mi casa, cerca de las 11: 00 a.m.", concluyó.
TODA SU VIDA
Suffler se inició como policía en 1978, a los 17 años, y se jubiló en el 2003 como Subteniente.