"Hay momentos que las palabras no alcanzan, para decirte lo que siento, a ti mi buen Señor".
Así empieza una hermosa canción cristiana de la que me hago eco cada vez que converso con Dios, cuando estoy triste, cuando estoy contenta o, simplemente, cuando tengo ganas de cantar.
En estos días, cuando los seres humanos recapitulamos sobre los logros, los fracasos, las bendiciones y las oportunidades de todo el año, esa canción cae como anillo al dedo para agradecer, para pedir, para redimirnos, para rogar por el perdón, para valorar lo que tenemos y para mirar al prójimo y apoyarlo en sus necesidades.
Durante parte de noviembre y diciembre, la iglesia Católica ha estado celebrando reuniones vecinales en las distintas barriadas y barrios del país. En cada una se analizan temas de la familia, de la comunidad cristiana y su relación con Dios.
Hubo uno que me hizo reflexionar de manera especial, porque preguntaban qué tan cerca de nosotros sentíamos al Señor.
No sé por qué, pero a mi mente vino la imagen de un hombre al que encontré sentado en la escalera del hospital del Niño, y al que me acerqué para entablar conversación. Él me explicó que su hija, de 10 años, tiene leucemia. Se disponía a dormir en esa escalera, pues como es de un lugar lejano del interior, no tenía dónde dormir ni dinero para pagar ni siquiera una pensión.
Pero lo que más llamó mi atención es que cada vez que hablaba del padecimiento de su niña, daba gracias a Dios por pequeños detalles, mientras yo me preguntaba de dónde sacaba su fortaleza.
La noche de mi última reunión vecinal obtuve la respuesta: Él sí sabía cuan cerca tenía a Dios.
En esta Navidad no dejaré de pedir al niño Jesús por él, pero más que eso, nunca olvidaré su lección de vida, porque hay momentos que las palabras no alcanzan...