Manifestó que en el pabellón dos donde se encontraba recluido esa noche, una bomba abrió un hueco en la pared, por lo que sin pensarlo junto a dos reos más escaparon y se internaron en el Cerro Ancón. Allí pasaron tres días escondidos.
Durante este tiempo sus compañeros se arriesgaban a entrar a diversos locales que ya habían sido saqueados, para poder alimentarse.
Junier nunca olvidará esta historia de su vida, pero a pesar de lo sucedido da gracias a Dios, porque de alguna forma gracias a la Invasión recobró su libertad. Lo que si lamentó fue ver a personas muriendo cerca de él sin poder hacer nada y cuerpos mutilados en las calle. Recuerdos que siente lo acompañarán hasta el día que muera.