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ENTRE NOS
Lo positivo del 20

Elizabeth Muñoz de Lao | DIAaDIA

"Mamá, yo estoy muy chiquito para morir", decía mi hijo, entonces de ocho años, aquel 20 de diciembre de 1989.

Él tenía miedo, igual que su nana y yo. Los vidrios del apartamento que habitábamos en Los Libertadores se estremecían y su vibración producía un ruido terrorífico.

Estábamos todos tirados en un colchón que logré bajar mientras me arrastraba por la pequeña recámara. No recuerdo cómo lo pasé a la sala, que consideré la parte más segura del apartamento. Calmé a mi hijo rezando el rosario.

Mientras tanto, me preguntaba qué provocaba el estremecimiento que sentíamos en el edificio. Ya sabía que nos habían invadido, lo que no sabía era que sobre la azotea se había posado un helicóptero ya entrada la madrugada, según dijeron los vecinos.

Horas antes, yo leía en mi cama cuando me llamó mi gran amigo Argelio. Él me dio la noticia de la invasión, apenas pasadas las 12:00 medianoche.

En ese momento, mi curiosidad pudo más que la prudencia, y me asomé por el balcón. Vi como fuegos de artificio de color naranja sobre El Chorrillo. No sentí miedo, eso me llegó después.

Llegó la mañana y yo no podía comunicarme con mi familia en Penonomé. Temía que mis padres estuvieran preocupados por mí y su nieto. Pasaron los días y la incertidumbre era peor que la propia invasión.

Luego comencé a sentir la solidaridad humana. Los vecinos nos unimos para cuidar el edificio, para ayudarnos con comida y hacernos compañía.

Pero después comenzaron los saqueos. Vi cómo personas pequeñas cargaban a sus espaldas gigantescas refrigeradoras, lavadoras, estufas, sillones, ropa, juguetes, lámparas del antiguo Lurias... de todo.

Yo hablaba con unos vecinos sobre lo denigrante que era eso. Ellos estuvieron de acuerdo, pero un día después, consiguieron, no sé dónde, un pickup que les hizo dos viajes a Félix B. Maduro. Cargaron con juguetes, cosméticos y ropa. Mi hijo, como todo niño, quería juguetes y me pedía que fuera a saquear.

Le respondí algo de lo que jamás me arrepentiré: "si un día tú robas, yo no tendré autoridad moral para corregirte, porque tú me dirás que yo hice lo mismo en la invasión".

Aquel 20 de diciembre sacó lo mejor y lo peor de los panameños, sin embargo, yo prefiero recordar lo mejor: La unidad entre vecinos y la solidaridad con el que sufre.





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