Se dice que cuando los pastores se alejaron del pesebre, un joven tímido estaba allí temblando, y temeroso miraba a lo lejos.
-Acércate -le dijo Jesús- ¿Por qué tienes miedo?
-No me atrevo... no tengo nada para darte. -Me gustaría que me des un regalo -dijo el recién nacido. Aquel niño admitió que no tenía nada en sus bolsillos.
Quiero que me des tres regalos -contestó Jesús. Con gusto -dijo el muchacho, pero ¿qué?
-Ofréceme el último de tus dibujos.
El chico, cohibido, enrojeció, y le dijo al oído del Niño Jesús: -No puedo... mi dibujo es «remalo»... Nadie quiere verlo.
-Justamente, por eso yo lo quiero... siempre tienes que ofrecerme lo que los demás rechazan y lo que no les gusta de ti. Además quisiera que me dieras tu plato.
Pero... ¡lo rompí esta mañana! -tartamudeó el chico, aunque la verdad afloró en aquel niño y confesó que lo quebró con rabia.
Eso es lo que quería oírte decir -dijo Jesús. Dame siempre lo que hay de malo en tu vida, tus mentiras, tus calumnias, tus cobardías y tus crueldades. Yo voy a descargarte de ellas... No tienes necesidad de guardarlas... Quiero que seas feliz y siempre voy a perdonarte tus faltas.
A partir de hoy me gustaría que vinieras todos los días a mi casa.