"Compañera, usted sabe que puede contar conmigo no hasta dos o hasta diez, sino contar conmigo". Mario Benedetti
Y pensar que todo se reduce a firmar, con o sin bolígrafo, un trato. El compañerismo, la amistad y el amor coinciden en un mismo punto: el compromiso. Pero, ¿qué es esa palabra fea que tanto miedo provoca? ¿No es el compromiso la mejor forma de anular nuestra individualidad al atarnos a otra vida que terminará por arrastrarnos a un oscuro y aburrido rincón lleno de telarañas?
Una de las características de la sociedad postmoderna es precisamente la pérdida del ángulo colectivo y la primacía de la atomización de los individuos. Ya casi no hay tejido social. Hay muchas ONG'S, cientistas sociales investigando, giras de campo, proyectos especiales e informes involucrados con el diagnóstico de un sector de la sociedad (género, indígenas, infantes), pero no con el total de la comunidad. La solidaridad, eso de soldar la propia vida a otras vidas, es una palabra en desuso. Tenemos que conformarnos con la beneficencia, con el arte de dar cosas y no el ser hermano.
Y después tenemos el descaro de preguntarnos por qué la familia es una institución fabricante de monstruos, por qué hay tantas crisis nerviosas provocadas por la competencia laboral y por qué si dejamos de beber perdemos a nuestros amigos. Y gastamos los pocos recursos que nos quedan en psicoterapia y, en el peor de los casos, en abogados y, por último, en antiácidos.
Y todo se trata de hacer un trato que no necesariamente tiene algo que ver con tarjetas, flores, cenas, peluches o chocolates. Es comprometerse con alguien, prometerse a alguien, meterse con alguien. En fin, sin trato, sin compromiso, no hay San Valentín que celebrar.
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