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ENTRE NOS
Feliz Navidad

Elizabeth Muñoz de Lao | DIAaDIA

Sucedió hace muchos años, allá en David, Chiriquí.

Era la Navidad de 1965. Tenía yo seis años. Al Estadio Kenny Serracín llegarían las autoridades a repartir juguetes para los niños pobres. Yo era uno de ellos. Fui con una prima y su mamá.

Recuerdo ver una "sábana" multicolor en la cancha del estadio. Había juguetes rojos, verdes, azules, amarillos, anaranjados, rosados… en fin, de todos los colores y tamaños. Yo, desde mi corta estatura, los miraba deslumbrada. Nunca había visto algo así.

No recuerdo si formé filas. Sólo recuerdo los colores y la emoción de aquel día.

Cuando por fin llegó mi turno, me dieron un muñeco muy raro. Tenía como una hélice en la cabeza y se parecía a Popeye, al marino. Tenía unas botas como de payaso, un mameluco azul, un corbatín amarillo y una camisa blanca. Yo lo veía horrorizada. Era muy feo, según mi concepto de aquel entonces.

En cambio, a mi prima Chila, mayor que yo, le dieron una linda muñeca con vestido rojo, encajes blancos y, lo mejor, tenía cabello y los ojos se le movían. Yo, pobre al fin, sólo las había tenido muy pequeñas, sin cabello y con los ojos estáticos. Yo quería la que le había tocado a Chila.

¿Qué creen que hice? ¡Un berrinche! Lloré, pataleé, grité, halé a mi pobre tía por el vestido una y otra vez, lo mismo que a mi prima, para que me cambiara mi muñeco por su muñeca. Mi tía hizo que mi pobre prima me diera su muñeca. Entonces fui feliz.

Pasaron los años, al poco tiempo de aquella vivencia, mi familia se mudó a Penonomé. La muñeca me duró muy poco y pronto me olvidé de ella.

Pero el muñeco feo quedó guindado como adorno en la casa de mi tía, y cada año que iba de vacaciones a David, lo veía y cada vez me llamaba más la atención. Sentía que el muñeco sabía que lo había despreciado por feo y la conciencia me remordía siempre que lo veía. Además, me daba vergüenza por aquel berrinche del 65. Él duró muchos años, de hecho, más de 30. Nunca sabrá lo que me enseñó con el tiempo. Aprendí que uno no elige a sus amigos por su belleza, sino por lo que valen. Aprendí que aunque el berrinche puede dar resultados de momento, no es la mejor manera de adquirir lo que se quiere. Aprendí que mi conciencia siempre me reclamará por algo que hice mal. Pero, sobre todo, aprendí a valorar lo que se recibe, porque quien lo da, lo hace con buena voluntad, y al caballo regala’o, no se le mira el colmillo. ¡Feliz Navidad!





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