HISTORIA
Yo de último

Redacción | DIAaDIA

Nada parecía consolar a aquel hombre. El llanto hacía mover su pecho una y otra vez en rítmico y alocado andar.

Las lágrimas inundaban su rostro, iluminado por la lámpara titilante de aquella silenciosa sala de hospital.

Su esposa y su bebé acababan de morir. Ella lo hizo luchando heroicamente por dar a luz a su retoño, mientras la hipertensión y las convulsiones por un ataque de eclampsia se apoderaban de su debilitado cuerpo, luego de más de 20 horas de labor de parto. El bebé, también un luchador, acabó vencido antes de llegar al mundo, ya cansado de empujar para salir del cálido y seguro refugio del útero de su madre.

El hombre dejaba escapar un quejido desgarrador, mientras levantaba la mirada al cielo, como preguntando por qué, sin que las palabras salieran de su boca.

Durante todo ese tiempo, me mantuve observando aquel cuadro, con ganas de acercarme a darle una voz de aliento. Pero la cobardía, el no saber qué decir, el temor a herirlo más, me frenaron.

Pasaron los minutos y él, ya con un llanto quejumbroso, silente, oraba en soledad.

Yo seguía inmóvil, cuando de pronto, pasaron por su lado los cuerpos inertes de sus dos seres queridos hacia la morgue. Él me miró, suplicante, y yo lloraba sin poder moverme.

Han pasado 24 años de aquel episodio y aún lo recuerdo como si fuera ayer. ¿Y saben por qué? Porque no fui capaz de dejar de pensar en mí, en mi miedo, para pensar en él. Pero aprendí mi lección: De ahí en adelante, por muy pequeño que sea lo que haga por el prójimo, siempre será mejor que quedarme a verlo sufrir.

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