Tengo un amigo irreverente que cuando era un estudiante de secundaria decía: "¿Para qué voy a estudiar si puedo morirme mañana? ¿Qué tal si me muero justo el día en que me gradúe?".
La verdad es que sus argumentos me confundían y, a veces, hasta me hicieron dudar de mis convicciones. "Tanto 'matarme' para después morirme!, repetía.
Un día nos encontramos en la universidad. "Oye, no te has muerto, pero estás estudiando. ¿Qué pasó con tu filosofía?", le espeté.
Y él, ni corto ni perezoso, me contestó: "Bueno, yo sigo pensando igualito, pero estudio por si acaso. Yo seré vago, pero no pendejo. ¿Qué tal si me muero de viejo, sin estudios y sin poder defenderme? Es mejor prevenir que lamentar".
Pasaron los años, él es hoy un profesional, padre de familia muy consentidor y "pelea" con sus hijos para que estudien "porque una cosa es ser vago y otra muy distinta ser pendejo".
He traído a colación el ejemplo de mi amigo, pues mañana comienza un nuevo año en la vida de cada uno de nosotros, y creo que es el momento preciso para preguntarnos: ¿soy vago, pero no pendejo, o soy pendejo, pero no vago, o ambas cosas, o ninguna de las dos?
No importa lo que seamos, lo que importa es lo que pensemos, porque de ello depende lo que seamos. Parece un trabalenguas, pero no lo es.
Si comenzamos el año trabajando con fe, con fuerza, con esperanza, con amor a lo que hacemos y con un propósito definido, es como recomenzar la vida con renovados bríos. No importa si somos un poquito vagos de vez en cuando, lo que importa es que no seamos ni un poquito pendejos, y hagamos lo que tengamos que hacer en el momento preciso... por si acaso. A mi amigo le ha ido muy bien, ¿por qué a nosotros no? ¡Feliz año!