Era un paseo muy bonito. Íbamos todos, incluidos tíos, primos, hermanos y sobrinos, para celebrar el Año Nuevo. Viajábamos en un camión conducido por un señor de apellido Valerín, según recuerdo, porque en ese entonces sólo tenía yo cinco años.

Era toda una aventura cruzar el estero en un botecito repleto para llegar a la playa. Allí, nos instalábamos en pequeñas "rancherías" armados de hamacas, comida y bebida. ¡Qué felicidad sentía yo aquel día!

Pero toda la alegría acabó cuando mi papá me cargó y nos metimos a la playa. Las olas eran gigantescas, pero nosotros estábamos muy cerca de la orilla divirtiéndonos. Nada hacía presagiar que mi vida corría peligro. Yo lo recuerdo como un sueño.

Una inmensa ola me arrancó repentinamente de los brazos de mi papá y me sumergió. Yo sólo atinaba a tratar de llamarlo, pero eso me hacía tragar agua salada. Yo veía el agua turbia, y el sol apenas se divisaba como una gran luz por encima de mí, sin que yo pudiera salir a verlo como Dios manda. Sentí que me iba, me iba y me iba, sin poder alcanzar las superficie. No recuerdo nada más. Sólo sé que ese día no me tocaba irme de este mundo, porque por obra y gracia divina, apareció un buzo de apellido Rojas que, por casualidad, estaba en la playa y me salvó la vida. Nunca más fuimos al paseo del 1 de enero, pero ahora es diferente, porque cada playa debe tener salvavidas adiestrados por SINAPROC. Es necesario seguir sus indicaciones y que cada familia se asegure de que hay uno en la playa que visiten hoy, porque la vida de sus miembros depende de ello. Disfruten sus paseos y reciban el Año Nuevo como lo que es: Una puerta abierta al amor y a la esperanza. ¡Feliz 2007!