Érase una vez que un reino europeo estaba regido por un rey muy cristiano, y con fama de santidad, que no tenía hijos. El monarca envió a sus heraldos a colocar un anuncio a todos los pueblos y aldeas de sus dominios. Éste decía, que cualquier joven que reuniera los requisitos exigidos, para aspirar a ser su posible sucesor al trono, debería solicitar una entrevista con él.
A todo candidato se le exigían dos características: Amar a Dios y Amar a su prójimo.
En una aldea muy lejana, un joven leyó el anuncio real y reflexionó, él cumplía los requisitos, amaba a Dios y así mismo a sus vecinos. Una sola cosa le impedía ir, era tan pobre que no contaba con vestimentas dignas para presentarse ante el santo monarca. Carecía también de los fondos necesarios para adquirir las provisiones para tan largo viaje hasta el castillo.
Su pobreza no sería un impedimento para conocer a tan afamado rey. Trabajó día y noche, ahorró al máximo sus gastos y tuvo una cantidad suficiente para el viaje. Estando a las puertas de la ciudad se acercó a un pobre mendigo, tiritaba de frío y estaba cubierto sólo por harapos. Sus brazos extendidos rogaban auxilio. El joven quedó tan conmovido por las necesidades del mendigo, que de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y abrigadas y se puso los harapos del mendigo. A su llegada al castillo, un asistente del rey le mostró el camino a un lujoso salón. Al ver al rey , se dio cuenta que él, era el mendigo. ¿Por qué hizo eso? El rey le contestó, porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran auténticas. ¡Tú serás mi heredero!
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