Un señor, al acostarse, le pedía a Dios que le enviara una señal sobre cómo tenía que vivir el resto de su vida.
Un día, paseando por un bosque, vio a un cervatillo caído, tumbado, herido, que tenía una pierna rota. De repente vio aparecer a un puma. La situación lo dejó congelado; estaba a punto de ver cómo el puma, aprovechándose de las circunstancias, se comía al cervatillo.
Entonces ocurrió algo inesperado: en lugar de comérselo, el puma comenzó a lamerle las heridas. Después se fue y volvió con unas ramas humedecidas y se las acercó al cervatillo con la pata para que éste pudiera beber el agua, y después se fue y trajo un poco de hierba húmeda y se la acercó para que el cervatillo pudiera comer.
El hombre se dijo: Esta es la señal que yo estaba buscando. "Dios se ocupa de proveerte de lo que necesites, lo único que no hay que hacer es correr ansioso y desesperado detrás de las cosas".
Así que agarró su atadito, se puso en la puerta de su casa y se quedó ahí esperando que alguien le trajera de comer y de beber. Pasaron dos horas, tres, seis, un día, dos días, tres días... pero nadie le daba nada.
Hasta que un día pasó un señor muy sabio y el hombre le dijo:
Dios me engañó, me mandó una señal equivocada para hacerme creer que las cosas eran de una manera y eran de otra. ¿Por qué me hizo esto? Yo soy un hombre creyente... Y le contó lo que había visto en el bosque. El sabio lo escuchó y luego dijo: - ¿Qué haces tú, que eres un puma fuerte y listo para luchar, comparándote con el cervatillo?
Tu lugar es buscar algún cervatillo a quien ayudar, alguien que no pueda valerse por sus propios medios.
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