Con el año 2010, que casi acaba de empezar, finaliza la primera década del nuevo milenio. La que comenzó con el mayor ataque terrorista de la historia en territorio estadounidense, la que continúo con las guerras de EUA por el control del petróleo en Medio Oriente, y hasta lo que va de este año, la que tiene a Latinoamérica conmocionada por los terremotos de Haití y de Chile. A pesar de ese macabro panorama internacional, ¿y si en estos diez años se han estado desarrollando otras fuerzas? ¿Y si una nueva cultura está por nacer? ¿Y si lo que viene es la civilización de la ternura?

Sí, ya sé, lo que acabo de decir suena extremadamente ingenuo, poco realista y hasta de mal gusto. Entre Nostradamus, el Apocalipsis Maya del 2012 y los numerosos homicidios diarios, ¿qué espacio le queda a la ternura? Parece que ninguno. Pero, ¿y si todo es un escenario montado adrede? Ocurre que las malas noticias tienen mayor cobertura televisiva. ¿Por qué? Porque para unos pocos que muchos vivan temerosos es un buen negocio. ¡Y quién vive con miedo, vive alejado de la amistad! ¿O no es así?

En lo personal, en esta primera década del nuevo milenio, he sido testigo de la existencia verdadera de la ternura y de la amistad. Estoy obligado a defenderlas. Creo que con una anécdota me doy a entender. Soy vecino de unos fumadores de crack, de unos piedreros; de uno de ellos tengo fuertes sospechas de que cuando le entra la desesperación por la piedra es capaz tumbar una pared de la casa de su madre, para venderla como caliche. Sin embargo, a ese mismo individuo, cada mañana, lo veo dirigirse a la escuela con sus hijos, acompañarlos hasta la misma puerta del salón de clases y despedirse con un abrazo. Entonces, ¿hay todavía esperanzas para la ternura o mis ojos me están engañando?