Hubo en El Cairo un hombre rico, pero tan magnánimo, que perdió todo, menos la casa de su padre, por lo que se vio forzado a trabajar.
Trabajó tanto que el sueño lo rindió bajo una higuera de su jardín y vio en el sueño a un desconocido que le dijo: -Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; búscala.
En la madrugada emprendió el largo viaje y afrontó los peligros de los desiertos. Llegó a Isfaján y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Cerca había una casa. Una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa. Las personas que dormían se despertaron y pidieron socorro. La policía acudió, pero los bandoleros huyeron por la azotea. Encontraron al hombre de El Cairo y lo llevaron a la cárcel. El juez lo hizo comparecer y le dijo:
¿Quién eres y cuál es tu patria?
El hombre declaró: -Soy de El Cairo y mi nombre es Yacub el Magrebí.
¿Qué te trajo a Persia?, preguntó el juez.
El hombre dijo: -Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ahora veo que la fortuna prometida ha de ser esta cárcel.
El juez se echó a reír. -Hombre desatinado -le dijo-, tres veces he soñado con una casa en El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol, y después del reloj de sol una higuera, y bajo la higuera un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira, pero tú has errado de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Toma estas monedas y vete.
El hombre regresó a la patria. Debajo de la higuera de su casa (que era la del sueño del juez) desenterró el tesoro.
Él siguió un sueño y halló su recompensa.
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