Si hay una prueba de que algunas autoridades no tienen la voluntad para resolver problemas simples, es la de los docentes chiricanos que estuvieron en vigilia durante 32 días en la capital.

Este medio siguió, paso a paso, su estadía en el Ministerio de Educación, en Cárdenas; luego en una iglesia y, finalmente, en la Defensoría del Pueblo.

Yo siento indignación. ¿Cómo decirle a un niño o a un adolescente que estudie para que llegue a ser alguien en la vida, si a sus propios maestros, que son sus ejemplos a seguir, los tratamos como basura?

Todavía me resisto a aceptar que luego de que esos profesionales lucharon para estudiar y se sacrificaron para no ser una carga para la sociedad y, por el contrario, quieren servirla, hayan tenido que bajar su estatus y convertirse prácticamente en limosneros para que les den un puesto de trabajo.

Está bien. Lo acepto. Me estoy poniendo vieja y, por lo tanto, más sensible. Pero lo confieso: me daban ganas de llorar cuando los veía tirados afuera del ministerio comiendo tamales, cual si fueran indigentes a los que un buen samaritano les dio un bocado para calmar el hambre.

¡Ja! y luego les tiraron los antomotines porque cerraron la calle 50. ¡Habrase visto!

Un día, hace como 10 años, un profesor al que entrevistaba sobre el problema de drogas en las escuelas, me contó una historia que me impactó. Era sobre un jovencito que era buen estudiante, pero de la noche a la mañana comenzó a"pavearse" y a bajar las notas. Cuando él lo aconsejó, luego de que se diera cuenta de que estaba vendiendo droga, el chiquillo lo miró con desprecio y le preguntó: "Profe, ¿usted tiene carro?". No, le contestó el docente. El joven se rió en su cara y le dijo que sus amigos, que jamás terminaron el primer ciclo, sí tenían uno.

Por eso yo, al ver que nadie atendía a estos profesores, me preguntaba si habría un solo estudiante que se interesara por estudiar una carrera docente. No los culpo si piensan que no vale la pena.