Cuando perdemos a un amigo, sentimos un dolor inexplicable. Más aún cuando ese amigo nos invadió de alegría, amabilidad, honestidad y sinceridad.
El pasado lunes recibí la triste noticia del fallecimiento de un compañero del colegio, situación que me hizo reflexionar.
Cada segundo que estemos con nuestras familias y amigos debemos aprovecharlos al máximo porque no sabemos cuándo Dios decida llevárselos. Y cuando hacemos esto, al llegar ese momento podemos sanar un poco el dolor con todos los recuerdos de esos momentos que disfrutamos con ese amigo, y es así como trato de recuperarme por esta pérdida, recordándolo feliz por toda la alegría que me brindó.
Este mensaje es para todos y en especial para mis compañeros del Instituto Episcopal San Cristóbal que sufrimos por la desaparición física de nuestro tan querido joven.
Vivamos al máximo, y si podemos, no dejemos de expresar todos los días lo mucho que amamos a nuestros padres, hermanos y amigos, al final, cuando uno o el otro sea llamado por Dios, estas vivencias serán las que queden en nuestros corazones.
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