Cuesta creer que se trate de la más grande estrella del fútbol mundial. Tiene la postura de un adolescente tranquilo, que ve la vida sin grandes complicaciones. Nada en él es demasiado suntuoso ni extravagante. No lleva cadenas, anillos, aros ni tatuajes como cualquiera de los futbolistas sudamericanos que triunfan en Europa. Ni siquiera su ropa está pensada para llamar la atención. Los dos días que se paseó por Panamá llevaba una camiseta, una blanca y otra negra, jeans gastados o pantalón corto.

Está muy lejos de parecerse a Cristiano Ronaldo, para citar un ejemplo claramente comparable. Messi no es un divo ni un metrosexual, es un chico de barrio que parece chico de barrio, nada más que eso. Ni siquiera coincide con la imagen del argentino típico, parlanchín y presumido. Más bien conserva la actitud prudente y cautelosa del provinciano que piensa cada palabra antes de decirla.

"Parece un niño en la calle y un gigante en la cancha", resumía un periodista de Costa Rica cerrando la transmisión en vivo de la conferencia de prensa del martes en la noche. Y tiene razón, esa es la imagen que dejó en Panamá. Nada parecía inquietarlo demasiado, pese a que en la recepción del Hotel Playa Bonita, hombres, mujeres y niños se pegaban a las puertas de vidrio para mirar cada uno de sus movimientos.

Los organizadores pidieron no molestarlo con preguntas sobre su rendimiento en la selección argentina, tal vez pensando que podía incomodarse. Fue lo primero que se le preguntó, y contestó sin alterarse ni cambiar nunca su tono de voz. En la tarde lo llevaron de compras por algunas tiendas y fue cuando más se entretuvo, sobre todo, al llegar a la góndola de los videojuegos.

¿Cómo es Messi?, preguntaban. Un chico normal, tranquilo, pero con gran corazón.

RESPUESTA
Messi habló de su desempeño en Sudáfrica, a pesar que los organizadores pidieron no preguntarle sobre el tema.