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Seis muertos

Eduardo Soto | DIAaDIA

Sábado 24 de julio. Carretera David-Dolega, Chiriquí, 5:30 a.m.. En el auto todo era gozo, comentarios picantes sobre lo rica que fue la noche en la discoteca, carcajadas a todo pulmón, un trago bailarín que se quedó rezagado en un vaso blanco, de esos que terminan en ninguna parte..., y vida.

A bordo, quien más edad tenía no pasaba de los 22 años. Además, varios eran hermanos, algunos tal vez primos y todos, sin duda, compañeros de la vida, porque crecieron hombro con hombro y risa con risa en ese pueblo pintado con la acuarela de Dios.

La madrugada a esas horas se cierra en la vía. Hay niebla, siempre esa niebla de Los Algarrobos. Es que para estos tiempos llueve mucho. Pero no importa, la niebla es lo que me menos le interesa a aquel grupo feliz. ¡Iban ocho en un Daewoo!

Quienes no conocen el paisaje, deben saber que de David a Boquete (justo en el medio del trayecto está Dolega) todo es lomas y curvas. Y de noche se pintan de guerra. Se tornan sinuosas. Llenas de engaños. Los farolitos aparecen una que otra vez, de mala gana. Son cerradas y mal intencionadas. Escenario perfecto para que la muerte abra su hocico. Más aún si se conduce con la mano de la parranda tapándote los ojos. Esa pudo ser la causa de este luto que hoy mueve la mano para escribir esta nota, porque...

...de repente... la curva... ¡el camión!

La Policía piensa que el conductor del Daewoo se salió de la vía. "Mucho peso", dijo un sargento. Y el dolor entró en escena: las madres lloran..., la sangre mancha la calle con su negrura... "mucho peso", sí, "mucho peso.

Lo terrible de la muerte no es la muerte en sí misma, sino esa maldita soledad que se aloja en quienes nos quedamos de este lado. Peor si quien se va es un niño, una flor que todavía no ha terminado de abrirse, y que es arrancada de raíz antes que cumpla su misión de color y aromas. Cuando eso ocurre, pensamos que hay alguien injusto allá arriba, donde se tejen los destinos, y nos preguntamos por qué él o ella, por qué no fulano, quien ya caminó suficiente por los rastrojos de este mundo, por qué no yo, que tanto me he equivocado y cuya vida se está quedando sin sentido.

Entonces los periodistas, quienes a veces nos jactamos de haberlo visto todo, nos quedamos con la boca abierta por el espanto de esas fotos, por la crónica fría que habla de lo que puede ocurrir en una curva de Los Algarrobos, de noche, entre la niebla...

   
 
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