"Mis manos están destruidas, no son normales, los dedos son más gruesos y las venas más levantadas, por el hielo, por el frío", y es que, son 40 años que lleva en el negocio, ese que no sólo le da de comer, sino, que sostiene un hogar.

"La vida del vendedor de pescado no es nada fácil, no es cuestión de poner el pescado y vender; es, a veces, hasta tener que pelear por el producto y sacarlo de las tinas; cuando sales de aquí, aunque te bañes, estás hediondo", dijo, mientras hacía una pausa en el proceso de sacar el filete.

También contó, con un poco de pena, que muchas veces, cuando sale a hacer una comprita, la gente habla que "hiede" y por eso hasta ha tenido problemitas, porque "ese es mi trabajo".

Como todo negocio, tiene sus temporadas buenas y malas, hay veces que ganan buen dinero, pero otras en que sacan el dinero justito.

El trabajo es duro, y Julio César tiene experiencia suficiente para enseñarle a otras personas lo que es la vida del vendedor de pescado, que a pesar de todo, le gusta.

Hace siete años Almengor perdió a su esposa y, desde ese momento, se ha hecho cargo solo de sus dos hijas que aunque están grandes y ya se cuidan solas, son su razón de vivir.

Él no duda en mandar un mensaje a las personas que están sin trabajo, porque en el mercado, aunque sea "carretillando", recogiendo basura o haciendo algún mandado, las personas les pagan. "Traten de trabajar, de echar para adelante por su vida y por sus hijos, pero siempre por el bien".

LOS FAVORITOS
Las personas que llegan al puesto de don Julio César buscan más filete de corvina y de corvinata.