Era mi suegra (q.e.p.d.) quien, con sabiduría, me decía: "es una niña sana; si tuviera parálisis cerebral, estaría quieta y nunca rayaría la pared... piénselo".

No sólo lo pensé, sino que ese día aprendí una lección de vida. De eso hace 10 años, pero cada día, cuando me molesto por la malcriadez de una hija adolescente, el desdén de un jovencito a punto de ser licenciado, o la queja de los maestros por la rebeldía de un niño de VI grado, recuerdo aquellas paredes. Si no lo hicieran, mis hijos estarían enfermos.

Y aquella frase célebre me zumbó en los oídos hace poco, cuando transitaba por el puente sobre el río Arraijancito, en las vías de acceso al Centenario. Allí, en sus inmaculadas barandas blancas, resalta una consigna alusiva al tema del momento: "Vota no a la ampliación del Canal", y la acompañan otras consignas en el barandal. Y pensé: ¿Cómo se les ocurre ensuciar el puente, que es propiedad del Estado?

Y, una vez más, sentí a mi suegra tocarme el hombro, diciéndome: "Dichosas las paredes rayadas por niños".

Y... ¿qué creen? ¡Otra vez tenía razón! Los panameños vivimos en una sociedad sana, en la que expresar libremente los pensamientos, las ideas, no es motivo de un carcelazo, como en otros tiempos. Si no hubiese libertad de expresión, la sociedad estaría enferma y sus hijos aquejados por la parálisis del miedo y la impotencia.

Aunque la ley impida rayar la propiedad del Estado, poder expresarse sin miedo, ya es ganancia. ¡Bendita sea mi suegra!