Entre el bien y el mal. Cuando Alexander Sáenz tenía 9 años, se debatía en dos mundos opuestos. A esa edad ya estaba en una pandillita, pero al mismo tiempo se congregaba en la parroquia Santa María de Betania. Aunque nunca probó drogas, alcohol o cigarrillos, sí llegó a tener un revólver en sus manos, pues quería ser el chico malo del barrio.
A pesar de estar inmerso en su pandilla, nunca abandonó la iglesia, por lo que luego decidió poner fin a ese estilo de vida.
Ahora con 29 años, Dios le permitió a través de esa experiencia de estar en las calles, poder evangelizar a jóvenes para que vean que las pandillas no llevan a nada bueno.
Esa anécdota de amor de Dios la compartió Alexander con todos los jóvenes que ayer estuvieron en el Encuentro Juvenil "Jesús está vivo", que se realizó en el gimnasio del Colegio La Salle.
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