Fui allí para buscar información sobre el porqué un ser humano le quita la vida a otro. Creí que me encontraría con "rakatakas" de la peor ralea. No fue así.

Ante mí tenía a una mujer como cualquier otra, bien plantada, guapa, inteligente, de hablar pausado, madre de tres hijos, uno de ellos, una joven adolescente de 13 años. Con ellos vivía feliz junto a su esposo.

Todo iba sobre ruedas, hasta que un día, un compadre le dijo: ten cuidado, una mujer quiere destruir tu hogar. Al mejor estilo del inspector Gadgeth, investigó y dio con una dirección. Allí se dirigió. Le abrió la puerta de la cocina una mujer con ocho meses de embarazo.

Cuando le reclamó el porqué quería destruir su hogar, la otra se le rió en la cara y le "blandió" su hinchado vientre, como la mejor arma a su favor. Es todo lo que recuerda aquella reclusa. Cuando la Policía llegó, ella estaba ensangrentada, sin saber que le había propinado 30 puñaladas a la mujer y a su vástago aún no nacido. Veinte años le echaron.

"Todos llevamos un asesino dentro", dijo por toda explicación un reconocido psiquiatra entrevistado.

Al salir de aquella entrevista, vi otro cuadro peor que el anterior: La hora de visita había terminado y los niños se pegaban a las faldas de las madres, mientras las lágrimas de unos y de otras se mezclaban en un mar de dolor y de impotencia.

Así es la cárcel. Así, ni más ni menos, lo volví a captar cuando en el Teatro Anayansi, de ATLAPA, pude ver a 40 reclusas presentar su obra "Detrás del muro". Y una espinita tocó mi corazón con un llamado de alerta: "Ojo, fíjate que cada historia se originó en el seno familiar. Eso sólo significa que de la familia depende que los hijos sean mañana hombres libres o presos detrás de barrotes".