Como siempre, venía tarde para mi trabajo, acababa de dejar a mi hija y en el camino vi a un anciano, arrodillado frente a una iglesia. Eran pasada las 11 de la mañana y los que por allí transitaban, parecían no asombrarse por lo ocurrido. Bajé los vidrios y detuve por unos segundos el carro, no había visto hacer eso a nadie en toda mi vida, ¿qué habrá hecho para estar así?
El anciano, con su gorra en el piso, una "pachita" en el bolsillo del pantalón, de rodillas y con las manos extendidas al cielo, murmuraba algo, creía que era a Dios. No soporté la curiosidad, y estacioné el carro. Ahora podía escuchar mejor.
"Dios, por qué no me llevas... mijo perdón, yo he sido malo, muy malo... nadie me quiere, perdóname Dios mío... ¡Ay, qué dolor siento", decía, mientras empinaba otro trago a pico de botella de su pacha.
A una mujer que se detuvo por un momento, le pregunté: ¿qué le pasa, por qué está así?
"Él vive en los arrabales, se porta muy mal, los vecinos dicen que violó a su hijo, estaba tan borracho que dice no recordar lo que pasó... eso fue hace muchos años y la mamá se lo llevó". "Desde ese día vive así, ya van más de 17 años", contó la vecina. Antes de despedirse, sin piedad, dijo: "Por maldito la conciencia no lo deja tranquilo, deberían meterlo preso"... Estas palabras me dejaron fría, pese a que el sol calentaba con toda su fuerza.
Allí dejé a aquel viejo, en su miserable vida, sumergido en el vicio del alcohol y gastando los últimos días de su existencia como alma en pena, llevando a cuestas un grave error. Cada quien cosecha lo que siembra. Y tú, ¿qué cosecharás?
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